Capítulo 3: I love Rock n' Roll
Salimos
de aquella discoteca borrachos y agotados; o quizás fuera el agotamiento y la
despreocupación lo que en ausencia de alcohol me hizo sentir ebria. Nos
acercamos a un local cercano a pedirnos unos perritos calientes y desviamos
nuestro rumbo unos grados más para ir a lo que comúnmente se conoce como
“botellón”. Mi viejo Rockero, el muchacho de ojos verde-azulados con quien
compartí gran parte de la noche, no se separaba de mí ni un solo segundo y,
todo sea dicho, tampoco yo de él. Tener su brazo sobre mis hombros o sus manos
sobre mi cintura era agradable, no tanto porque el chico me pareciera
especialmente interesante como porque despedía un calor demasiado codiciado en
aquel mes de febrero.
Recuerdo
que todos comentaban y cuchicheaban sin mucho cuidado tras de mí que formábamos
una bonita pareja, o que a ver cuánto tardábamos en darnos un beso. Sentada en
un bloque de hormigón a metro y medio de altura, desvié un momento la mirada al
cielo estrellado que tenía sobre mi cabeza mientras entrelazaba sin gran
interés mis dedos rodeando los hombros del Rockero. Parpadeé un par de veces
sin desviar la mirada del manto azabache que se extendía sobre mí y, mientras
jugueteaba distraída con un mechón de cabello que no era mío, volví a recordar.
>>La tarde en la que Platón y yo cortamos
recibí una llamada de un amigo al que hacía tiempo que no veía ni oía. Supongo
que a él me puedo referir como “La Maravilla” no tanto porque me resulte como
tal sino porque se autodenomina así. Como fuere, le conté las últimas nuevas y
reímos abiertamente al teléfono mientras el que por aquel entonces era mi
cuñado comentaba en voz baja lo alegre que se me veía, aunque bueno, ¿por qué
no estarlo?
Sin embargo, y como todo, la
alegría es efímera, y si bien es cierto que me alegré de poder salir a
despejarme con la Voluble sin ataduras de ningún tipo, estuve recibiendo
constantes sms’s de Platón rogando por verme, pidiéndome disculpas y un largo
etcétera. Me negué a leer sus mensajes, o los leía y los borraba. Sin embargo
terminé por encontrármelo en la calle, dejándole contemplar sin quererlo que al
recibir la notificación en el móvil de un nuevo mensaje lo volvía a guardar con
gesto de desprecio sin ni siquiera leerlo. Me rogó y lloró por volver, y ante
mi testarudez terminó por pedirme un beso de despedida que me arrebató por la
fuerza.
”-Vete a casa.”
Y me di la vuelta para ir a la
bolera, donde me esperaban la Voluble y sus colegas. Lo que no sabía era que
aquella historia no podía terminar de una manera tan sencilla.<<
Casi
sin darme cuenta había apoyado mi barbilla sobre la cabeza de mi Rockero y
miraba distraída al fondo del descampado sin que me preocupasen las miradas
indiscretas, pero al sentir su naricilla recorriendo mi rostro volví a la
realidad. Dediqué una sonrisa cálida continuando por un segundo más con aquel
tonteo pueril y me bajé del bloque de hormigón pintado de rojo a la llamada de
la Princesa de irnos a casa. Simplemente asentí, me aseguré de llevarlo todo y
me despedí de los que me habían rodeado hasta aquel instante. De todos excepto
de uno, ¿adivinan quién?
Apenas había unos 7 minutos caminando
desde donde nos encontrábamos hasta el hogar de la chica, pero el Rockero
insistió en acompañarnos. Fue a la despedida, cuando se despidió con dos besos
de mi femenina acompañante, que mientras ella abría la puerta a mis espaldas él
unió sus labios con los míos y me tomó con cuidado por los hombros guiándome
hasta la pared, en la cual aseguró su propia espalda antes de llevar una mano a
mi cintura. En realidad a día de hoy sigo sin saber del todo cómo ocurrió; sólo
sé que iba a besarle las mejillas, y que al siguiente parpadeo estaba lejos del
umbral con las manos refugiadas entre mi pecho y el suyo.
En aquel estado de shock sólo
alcancé a oír la voz de la Princesa llamándome a entrar, y reaccioné a tiempo
como para recular un paso y, sin mirarle, subir el escalón que había en el
portal. Luego retrocedí, saqué la cabeza por la línea vertical que dibujaba el
portón y musité la despedida más cutre de cuantas he sido partícipe:
“-Que… hasta luego.”
Entré asegurándome de que
cerrábamos bien las puertas, subimos a la habitación, nos pusimos los pijamas y
nos echamos a dormir. Al menos eso hizo mi Princesa, pues yo, insomne como cada
noche en la que pongo fin a una serie de extrañas circunstancias, me mantuve un
rato en vela antes de bajar los párpados y para descansar la vista.
>>A los días de cortar con Platón y con media lista de contactos
celebrándolo, éste se presentó en mi casa tendiéndome un PenDrive con las fotos
que nos habíamos ido haciendo en los casi 3 meses de relación; o, mejor dicho,
las fotos que me hizo, pues por suerte él no salía en casi ninguna. Recuerdo
abrigarme para salir a su encuentro en la cancela del jardín, y apretarme
contra la sudadera para combatir el frío y excusarme al mismo tiempo en éste
para pasar el menos rato posible en su presencia.
No me pareció un mal muchacho en aquel momento, aunque nunca me he
arrepentido de la decisión que tomé aquel 21 de Marzo. Incluso maldijo a la
Promiscua, de quien ya os pondré al día un poco más adelante, por haberme
dejado en la estocada. Como fuere, toda la serenidad que había reunido en los
días que siguieron a aquel, fue calcinada al enterarme por oídos amigos que él
me llamaba puta a mis espaldas, amenazaba de muerte a mi Rey de lo Absurdo
afirmando que él me había comido la cabeza para que le dejase y tratando de
humillarme por las redes sociales hasta el punto de hackearme la cuenta para
dejarle mensajes comprometedores a mis contactos. Y todo así, de gratis; aunque
no tuvo ni las suficientes luces de adoptar mi manera de escribir, por lo que
todos supieron al instante que aquello no lo había escrito la persona cuyo
nombre figuraba inmediatamente encima del comentario.<<
Sonreí al recordar aquello,
deleitándome en las crueles palabras que le dediqué y en cómo le humillé en la
intimidad pero sin tocarle al contener la lengua sobre ciertos temas de su vida
que me había dicho en confidencia y que me suplicó porque no salieran a la luz,
recordándoselo abiertamente cuando descubrí que me había hackeado la cuenta y
que le preguntaba a Don Modestias sobre mis trapos sucios.
“En la guerra, como en el amor,
la mujer es más bárbara que el hombre”, y si unes ambos, tienes a una fiera
indomable defendiendo lo que le importa.
Ah… bendita discreción la mía.
Casi sin darme cuenta llevé la mano derecha hacia la mesilla de
noche y pulsé el botón central para ver la hora en la ya conocida pantalla
luminosa. No recuerdo la hora, pero sí la sensación de vacío al ver que seguía
sin las ansiadas noticias de mi Caballero con Vaqueros y Cadenas… aunque bueno, ¿debería haber esperado un sms
o quizás una llamada perdida? Le di al botón de bloqueo agriando la expresión.
Me froté los ojos sirviéndome de los dedos pulgar e índice, y tras un ligero
parpadeo deslicé sin percatarme la yema de los dedos por mi cara hasta
acariciarme los labios. Oteé por unos segundos a la ventana en aquella misma
posición. Me golpeé la frente y enredé los dedos en el cabello apartándomelo de
la cara.
Mi vida se estaba liando, y bien
parda.
-Fin del capítulo 03-
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