Capítulo 4: ¿Una taza o una tetera?
Tardé unas horas en dormir aquella noche. Había múltiples
motivos, tantos como yo misma quisiera inventar para justificar la falta de
sosiego, pero en realidad todo era debido a que nunca me ha gustado compartir mi
espacio en el lecho con nadie y mi Princesa no hizo más que abrazarme durante
toda la noche. Por si todo ello no fuera, además, suficiente, la muchacha era
incapaz de conciliar el sueño si no era con el televisor puesto, de modo que
durante las horas que pasé en vela notando su respiración contra mi cabello, la
teletienda, los videntes y toda la morralla que ponen a esas horas
intempestivas me distrajeron de pensar en el Rockero, en mi Caballero con
Vaqueros y Cadenas y en la madre que les parió a ambos.
De vez en cuando, al sentir
recorrer mis oídos con la melodía de un suave ronquido, sí dejaba a un lado lo
que el televisor quería mostrarme para mirarla y, por apenas unos minutos, pensar
en lo que habíamos estado hablando antes en una atmósfera totalmente metafórica.
Me preguntaba a mí misma una y otra vez cómo una muchacha tan dulce y cariñosa
podía querer convertirse en algo como yo. No me malinterpretéis, no es que me
haya considerado nunca un engendro, un error o una glitch, pero nunca creí que hubiera nadie que en el fondo de su
corazón desease haberse llevado la misma cantidad de golpes y desengaños que, a
pesar de mi corta edad, había sufrido. En términos más artísticos podría decir
que no entendía cómo un Van Gogh podría ansiar ser una margarita mal pintada
por un niño de dos años.
¿Conocen los requisitos para
poder llamar a un grupo de escritores “generación literaria? “Han de nacer en
años poco distantes”, “formación intelectual semejante”, “han de establecerse
entre los miembros relaciones interpersonales”…
Pues mientras tiraba del hilo de mis pensamientos al mismo tiempo que
las sombras sinuosas del techo cambiaban de suaves a agresivas al son del ritmo
que el televisor marcaba, hice un silogismo entre estos requisitos con lo que
sabía de mi Princesa, llegando a concluir como respuesta a mis intrigas y no
sin cierta apatía, que ella pertenecía a lo que yo misma denominaría más
adelante como: “Generación del 95”.
>>¿En qué consiste susodicho grupo?<< Imagino que coincidirán conmigo en que nuestras
juventudes están entrando en la más absoluta decadencia moral y quizá incluso
les agrie el gesto tanto como a mí el pensar que las chicas de hoy son
marionetas que se creen titiriteras capaces de inducir a embrujos y que los
chicos son marionetistas inútiles presas de su propio “arte”. Pero, ¿Cuándo
empezó todo? La primera generación marcada, al menos ante mis profundos ojos
negros y mi extraño raciocinio, es la de 1995 y hasta la fecha y sin
excepciones, todos los que pertenecen a ella están cortados con el mismo
patrón. Patrón que implica que hombres y mujeres no pueden ser amigos, ni
tampoco ir a verse cuando hay kilómetros de por medio; patrón que marca que
ningún miembro de la pareja puede salir con alguien de sexo contrario si no es
en presencia del otro… y que representa así mismo una línea tan débil entre la
envidia y la admiración que cualquier amistad puede echarse a perder por celos
o intereses cruzados.
Mi Princesa pertenecía a la “Generación del 95” porque no se
esforzaba por alcanzar sus metas y estaba al mismo tiempo tan absorta en un
amor que nunca sería suyo que no era capaz de ver más desdicha ni más alegría
que las suyas propias. Volví a mirar el móvil con un leve movimiento de cabeza.
A mi Caballero con Vaqueros y Cadenas le pasaba igual en el sentido de que no
era capaz de abrir la puerta a un nuevo amor y dejar salir el viejo; pero ni
tenía la misma edad que mi Princesa ni cumplía con el resto e requisitos de la
generación del 95. Pero… ¿mi Rockero pertenecía a ella?
Me sentí abrumada de repente y
casi al borde de las lágrimas. Para mi Caballero con Vaqueros y Cadenas yo no
existía, para el Rockero habría sido no más que un beso fugaz en el portal de
otra y teniendo en cuenta que mi Princesa era de la generación del 95, tan sólo
era cuestión de tiempo que nuestra amistad se rompiese. Sentí una opresión en
el pecho ante la incertidumbre de verme sola de nuevo apenas unos meses más
tarde y gracias a la innata capacidad de las mujeres para machacarse
mentalmente, fue necesario que me hiciera un ovillo, me tapase la cara con
ambas manos y me concentrase en recordar la letra de distintas canciones para
poder desconectar y, esa vez sí, dormir hasta despuntar el alba.
Creo que rondaban las siete de la
mañana cuando desperté, miré a mi alrededor y me volví a dormir para abrir los
ojos de nuevo una hora más tarde, dar vueltas intentando conciliar el sueño.
Muchas vueltas. Demasiadas vueltas. Terminé por rendirme a la vigilia y
escurrirme por entre las sábanas en el más absoluto de los silencios para
molestar lo menos posible. Extendí los brazos sobre mi cabeza poniéndome al
mismo tiempo de puntillas para desentumecer los músculos después de dormir,
cogí el ordenador, me apoderé del escritorio de mi Princesa y, echando una
mirada hacia su silueta dormida cuando notaba que su respiración cambiaba, me
puse a escribir… aunque aun hoy no consigo recordar el qué.
>>;El día que me declaré a mi Rey de lo Absurdo, me quedé en vela hasta
las seis de la mañana hablando con él. Ha pasado mucho tiempo desde entonces,
figuraos que era por la época en la que se usaba el Messenger, y pocas han sido
las ocasiones en las que haya estado tan nerviosa como en aquel momento.
Yo acababa de romper con Platón hacía relativamente poco. Una semana
quizá, puede que una semana y unos días o siquiera ni eso, y al parecer mi Rey
había estado hablando con él, aguantando sus impertinencias e insultos por mí
y, bueno, para qué negarlo, también por reírse un poco. Sin embargo, le atacó
donde más le dolía hablándole de mí en tono despectivo y por eso aquella noche
tras contarle lo que, desde el futuro en el que escribo, no le contaré a nadie
más, empezamos a hablar.
Recuerdo que aquella noche no hacía frío especialmente, ni tampoco
calor, pero hacía una buena temperatura sobre las sábanas de mi cama, la ideal
a decir verdad, para estar tumbada en ellas y tonteando con el ordenador. A
pesar de que no había colegio al día siguiente mis padres no me dejaban estar
hasta tarde con el ordenador, así que al mínimo ruido de pasos por la casa,
bajaba la tapa del portátil, lo escondía en la cama y me tumbaba a la espera de
que el golpeteo cesase. Así aguanté, hasta las seis de la madrugada, hablando
de todo y de nada con mi Rey de lo Absurdo. No recuerdo las palabras exactas
que me hicieron responder de aquella manera, pero sí la consecución de palabras
que dieron paso a un denso silencio:
- Yo siempre te he querido. De una forma o de otra, pero no he dejado
de quererte nunca.<<
Daban ya las diez de la mañana
cuando la Princesa se despertó, me miró y se dio la vuelta para, ante mi
sombro, seguir durmiendo. Quizá porque siempre me gustó madrugar salvo en
ocasiones puntuales, pero era la hora del desayuno, y ni siquiera el sentarme a
su lado y llamarla con suavidad hizo que se moviese tan sólo un ápice de donde
se encontraba. Suspiré con resignación y volví al escritorio para continuar
escribiendo. Es irónico, pero incluso en ese estado en el que dos besos de dos
chicos distintos, un rechazo y ciertas cosas que aun no se habían sucedido, más
que en la que era mi mejor amiga, yo me desahogaba escribiendo e hice bien…
Hice bien.
>>Me desesperé ante una respuesta que no llegó hasta el punto de que me
disculpé por el hipotético caso de haberle ofendido, apagué el ordenador
huyendo de una respuesta que no quería conocer y me metí en la cama a descansar
el tiempo que se me permitiese. No me costó mucho conciliar el sueño. Hasta
muchos años después no me quedaría en vilo (si obviamos lo de quedarme
despierta hasta bien entrada la mañana del día siguiente) por un amor pasajero.
No soñé aquella noche, y aunque dormí poco tuve la reconfortante
sensación de que, al día siguiente al conectarme en su busca, me topé con una
respuesta que en realidad no esperaba. Entended que nunca he sido ese tipo de
chica que, si te dice lo que siente, sea por buscar algo o por tener oscuras
intenciones… En realidad él me enseñó la más pura sinceridad, de tal forma que
cuando me agradeció esas cálidas palabras y el sentimiento en sí, no pude
evitar sentirme afortunada y relajada como no lo estaría hasta mucho, muchísimo
tiempo después.<<
Llegados a este punto de desahogo
interno, opté por meterme en las redes sociales a hacer precisamente un poco de
eso, de “vida social”. Estuve curioseando en la cuenta del Rockero, ¿y quién no
lo hubiera hecho en mi lugar? Le conocía, o mejor dicho, sabía de su
existencia, desde hacía dos, quizá tres años, pero el día anterior me había
besado en el portal y yo ni tan siquiera había sido capaz de quedarme más que
con su nombre, sus enormes ojos y sus pestañas de niña. Fue cuando más
sorprendida me hallaba de las extrañas mohínas que ponía para las fotos que
otra persona más, a quien llamaremos Jealous, me habló para no recuerdo qué
clase de chorrada, pero como una bombillita que se enciende cuando una idea
surca tu mente, recordé que ella y el Rockero habían sido amigos de la infancia
así que… ¿Por qué no preguntarle al respecto?
Quizá fuera una buena manera de
empezar a poner algo de estabilidad a mi vida.
-Fin del capítulo 04-
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