Capítulo 5: Una delgada línea

¿Conocen a esas personas que se enrollan hablando con cualquier cosa? Jealous era así. Me llevó largo rato darle un par de rodeos para hacer que se terminase auto-convenciendo de que debía mediar entre el Rockero y yo para que, al menos, pudiésemos entablar una conversación antes de que llegase el fin de semana siguiente y volviera a buscarme, a cuya llamada empezaba a plantearme si acudir o no. Puede que os estéis preguntando por qué saqué a relucir en aquel momento mi vena manipuladora y mareé a la susodicha para que terminase haciendo lo que quería, pero todo tiene una explicación; una buena explicación… creo. El Rockero me evitaba.

No es que fuera nuevo para mí que ciertas personas me evitasen, más aún, que ese chico con el que apenas había hablado, me evitase; pero por mera cortesía, no le comes la boca a alguien de quien luego te escondes. Llamadme anticuada.

Había pasado toda la mañana intentando tener una charla con él lo más natural posible… No sé, un “hola qué tal”, un “¿Cómo dormiste?”… Un “¿Por qué te lanzaste contra mí como un misil tierra-aire?”. Ese tipo de cosas… pero lo máximo que conseguí fue una charla de besugo en el que reírse y las evasivas, cuando respondía, fueron las respuestas más frecuentes por su parte, ¿y sabéis lo peor? Que ahora tenía dos problemas, el rayarme yo sola con lo que había pasado… y él, que para ciertos temas parecía necesitar un logopeda. Por eso fue que cuando conseguí que Jealous mediara entre ambos vi, no el cielo abierto, pero sí una nube menos oscura que las demás.


>>Mi relación con mi Rey de lo Absurdo no fue más allá, al menos, no por aquellos tiempos. Aún quedaban unos meses para que cumpliera los 15, y como buena adolescente después de haber pasado 3 meses encerrada en casa gracias a un error como lo fue Platón, empecé a salir más frecuentemente, conociendo gente nueva y haciendo esas amistades efímeras que en momento de ser forjadas parecen irrompibles. Volví a sonreír, volví a mantener contacto físico con los demás y dejé que la brisa cálida de la primavera que acaba de llegar y que se siente dispuesta a arrastrar al verano, me rodease y transmitiese a los demás ese toque bohemio entremezclado con pinceladas de espíritu libre que comenzaban a caracterizarme como persona.

Resultaba irresistible y yo lo sabía. Igual que sabía que a Platón le molestaba que fuera feliz con otras personas y me esforzaba por reír más frecuentemente y más alto que en cualquier otro momento cuando él pasaba por la calle en la que me encontraba con mis amigos. No tardó mucho, a decir verdad, en fijarse en mí el que sería mi próximo ligue. Y digo “ligue” y no “amor” porque aunque le llegué a coger cariño no fue una persona que supiera hacerse querer. Más bien fue… una relación transitoria a otro momento de mi vida. Como cuando terminas de comer y mientras meriendas y no, te tomas un café, ¿sabéis a lo que me refiero?

 Todo sucedió uno de tantos días en los que he ido a Sevilla capital para echar el día. Había pasado buena parte de la mañana con el Duque, con la Whore y con el Pirata, y tras ver el espectáculo tan lamentable que formaban los dos primeros de pareja (el flaco y la gorda), hubiera sopesado la idea de irme antes si no fuera por el tercero, cuya compañía me alentaba al hacerme sentir el calor del sentido común. Me quedé, resignada, ilusionada, desganada… era una combinación extraña, pero me quedé; me quedé para poder contemplar una escena cuya razón de ser (no sé si por edad, porque se había contagiado del espíritu de la generación del 95 o porque simplemente era gilipollas) aun hoy me causa vergüenza ajena. Yo aún no sabía que el Duque tenía familia catalana, y aunque no me gusta generalizar ni colocar etiquetas, de todos es sabida que éstos tienen fama de ser algo tacaños, ¿verdad?

Pues os puedo prometer y os prometo… que jamás vi a nadie volcar una mesa de un bar encima de un amigo al que, para más inri, le gritó, por 20 sucios céntimos de euro. <<


Si he de ser totalmente sincera, la verdad es que, además de la, sarcásticamente hablando, enorme labia que demostraba el Rockero, me asombraba hasta el punto de resultarme inconcebible su capacidad para vivir en un mundo paralelo a la realidad en el que las cosas sucedían de otra manera. Os explico. Estuve chateando un rato con él, hasta ahí todo normal… el problema vino cuando me dijo que había sido yo la que le había besado. Ya, claro, y le cogí también en brazos y caminé sobre el aire hasta dejarle sano y salvo en el balcón de su casa, por supuesto.

Y quizá fuera curiosidad, estupidez, ganas de olvidarme de mi Caballero con Vaqueros y Cadenas o todo a la vez, pero opté, en lugar de mandarle a tomar viento, en sugerirle amablemente sobre quedar y tomarnos algo. La respuesta que obtuve fue una negativa, y se excusaba en que tenía que estudiar. ¿Sería verdad o era porque, como a otros tantos, le intimidaba? En realidad pronto lo averiguaría: Si algo bueno tienen las amigas de la infancia con las que te llevas bien y que son de la Generación del 95 es que en seguida se hacen ilusiones porque las cosas entre dos salgan bien, y empiezan a fantasear con una utopía cuyo cielo surca un arcoíris en el que todos vamos cogidos de la mano y hacemos ese tipo de actividades juntos que tanto les gustan a las niñas… Y Jaelous, es así.

No me importaba lo que ella se imaginase, y, en realidad, tampoco creía que fuera a cumplirse siquiera mínimamente, pero, ¿por qué no dejarla soñar? Le fui diciendo algunas cosas, haciéndome ligeramente la tímida en otras y poniendo emoticonos, imprescindible cuando hablas con niños. Cuando nuestra conversación terminó, sonreí orgullosa ante el trabajo bien hecho. Esa misma tarde iríamos a tomarnos algo ella, la Princesa, y yo.


>>¿Habéis jugado alguna vez a las cartas Magic? Tras almorzar nos sentamos en un banco de piedra de estos que hay perdidos por Sevilla Este que no tienen respaldo, y los chicos sacaron sus respectivos mazos. Whore se puso con su recién adquirido novio, sentada delante del panfleto que representaba el campo de batalla con el que pretendían enseñarnos a jugar a nosotras. Ella, se sentó a horcajadas frente a mí, situada de la misma manera, y los chicos tras nosotras. Barajamos, partimos, y tomamos las 7 primeras carta. Nada complicado hasta ahí.

El Pirata me llamó con suavidad, y yo me volví de medio lado para mirarle. A pesar de que estaba sentado tras de mí había entre ambos una distancia prudencial que agradecí. Tampoco era de los que se pegaban, lo que también me agradó en gran medida. Tenía el codo izquierdo apoyado sobre el muslo correspondiente, y sostenía en esa mano las cartas para que yo las viera. Las fue separando por tipos y me fue explicando cómo se usaban, los efectos que tenían, el pago… ese tipo de cosas que todo novato debe saber. Fui asintiendo con lentitud, asimilando en completo silencio lo que me iba contando mientas me recogía el pelo a un lado para evitar molestias. Sin embargo, cuando él terminó su perorata y alzamos la mirada hacia nuestros oponentes, nos la encontramos a ella reclinada hacia detrás, con la espalda apoyada en el pecho de él y metiéndole la lengua en la boca como si no hubiera mañana.

¿Lo cómico? Les llamamos y nos ignoraron. Nos miramos un segundo, yo hice una mueca con los labios en tono de desaprobación y él, por toda respuesta, suspiró y agachó la mirada mientras negaba con la cabeza. Luego cogió con los dedos índice y corazón de la zurda una pequeña bolsita de tela verde oscura anudada con un cordel amarillo que contenía los contadores del juego (piedrecillas de estas brillantes de colores), la balanceó con maestría en su mano y la lanzó contra la parejita feliz con un elegante movimiento, dándole a ambos a la vez a la altura de la cintura.<<


Aquel medio día hablé en tono distendido y despreocupado con mi Princesa. Le saqué el tema de la fiesta como quien no quiere la cosa hasta que finalmente la conversación terminó derivando, no sé si por suerte o por desgracia, en el… eh… contacto, que habíamos estado manteniendo el Rockero y yo todo el rato. Me encogí de hombros para quitarle importancia y di mi versión de lo ocurrido. Cuando me quedé callada, ella supo que había pasado algo, y musitó la pregunta que yo no había querido escuchar mientras levantaba cejas.

Me recliné en el cojín que había colocado en el suelo y le comenté lo ocurrido mientras miraba por la ventana. Cuando terminé, tenía esa mirada y esa media sonrisa desbordante de felicidad que tienen todas las mujeres cuando les cuentas algo “bueno” de una amiga que no les concierne en realidad. Nunca lo he entendido. En realidad él no me gustaba, ¿por qué se hacía más ilusiones que yo?

Con disimulo, miré el móvil. No sabía por qué lo hacía y conocía de sobra la respuesta que encontraría, además, ¿qué debía haber esperado tras toda una noche sin noticias? Mi Caballero con Vaqueros y Cadenas… cuánto extrañaba su voz y su perfume.





-Fin del capítulo 05-

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